La creación de ciudadanía
Escribo éstas líneas desde Zacatecas, a donde he sido invitado por grupos de sociedad civil para exponer distintas alternativas de acción que, desarrolladas desde los frentes cívicos, generen elementos lo suficientemente disruptivos en miras a la regeneración de sus propias comunidades. Pero antes de continuar con el tema, estimados lectores, les platico un poco del panorama: esta entidad se encuentra entre las primeras tres productoras de plata a nivel mundial, y de su subsuelo se extraen anualmente toneladas cuyo valor ronda varios miles de millones de dólares. Sin embargo, este lugar padece una pobreza severa, estimada en alrededor del 60% de sus habitantes (aunque hay municipios que son tan “igualitarios” que hasta el 85% de los que ahí viven, son pobres). ¿Cómo es que habiendo tanta riqueza, existe tanta miseria? Pues una vez más vemos que (al igual que con el tema del hambre) no se trata de la escasez de recursos, sino de la distribución -en este caso de la riqueza- de los mismos. Se postra frente a nosotros, como tantas veces, el monumental problema de la desigualdad mexicana. En el 2011, Zacatecas era el 7mo estado más pacífico del país y hoy es el 7mo más inseguro. Por años, este lugar se ha disputado junto con Michoacán ser el campeón exportador de mexicanos a EEUU, y son justamente los más de 15 mil millones de pesos que recibe anualmente vía remesas, lo que mantiene a la entidad de pie.
Enuncio las condiciones de Zacatecas, pero bien pudiera estar hablando de otros estados de la República que enfrentan distintas problemáticas -muy delicadas- que frenan el avance y el progreso con dignidad que todos sus habitantes aspiran a tener. “¿Y qué podemos hacer?”, es la gran pregunta de mis anfitriones. De entrada, sugiero, vayamos estudiando qué se ha hecho y qué no ha funcionado. Sólo los locos, decía Einstein, esperan resultados distintos haciendo siempre lo mismo. Las marchas, las tomas de instalaciones, los periodicazos y exhibiciones en redes sociales, etc. comienzan a ser menos efectivas frente a una clase política extraordinariamente cínica… y lo más peligroso: que no sabe que no sabe y que no entiende que no entiende. Aquí es donde surgen las dos principales avenidas para generar un impacto, una como premisa para la acción y la otra como la dinámica disruptiva: la creación de ciudadanos y el ejercicio de la ciudadanía paralela al Estado disfuncional.
Los medios tradicionales y la publicidad gubernamental nos han hecho creer que “ser ciudadano” consiste en acciones como pagar impuestos y votar. Otros dirían que se es ciudadano cuando se actualizan los supuestos jurídicos que hablan al respecto; alguien más pensaría que es quien -además de estos elementos- tiene un estilo de vida honesto, dando un buen ejemplo al resto de su familia. Pues no. Todo lo anterior es propio de, en todo caso, un buen habitante. Constantemente, en medio de las muy adversas condiciones en las que se (sobre)vive en este país, muchos hemos escuchado la frase “somos más los buenos que los malos”, y definitivamente lo somos. El problema es que somos simples habitantes. El ciudadano es aquel habitante que hace todo lo que enuncié, pero además se involucra en una o varias acciones reales y concretas encaminadas a mejorar su entorno: su calle, su barrio, su ciudad o su país. Creo que es irrebatible sostener que el peor de los déficits que sufre México, es el de la carencia de ciudadanos. De lo contrario, otra sería nuestra realidad. Es por esto, que si bien “somos más los buenos que los malos”, de nada sirve si no tenemos una importante base ciudadana.
¿Y qué pasaría si tuviéramos más ciudadanos? Inevitablemente tendríamos también a personas más conscientes y con una cultura cívica mucho más responsable y madura. No pocos expertos sostienen que esto último representa un grave riesgo para el statu quo político en nuestro país, ya que si tenemos más ciudadanos ¿podría ser sostenible la existencia de la clase política con el nivel que actualmente tiene? Pues no. Inevitablemente más y mejores cuadros buscarían participar en el servicio público y ello elevaría la calidad de los involucrados. Por esto, quizá a muchos les convenga más que la gran masa sea sólo de “buenos habitantes”.
Si la premisa para la acción es la existencia de ciudadanos, la consecuencia (hecho disruptivo) en circunstancias como las que tenemos en México podría ser la organización de los mismos para llevar a cabo las funciones donde el Estado se ha mostrado completamente ineficaz. Frente al hondo desprestigio de nuestros liderazgos políticos e institucionales, cabe la gran posibilidad de que un día, grupos ciudadanos comiencen a explorar vías de autogobierno. “Si los del gobierno no tienen legitimidad alguna, hagamos nosotros mismos las cosas”. Esto representa una tremenda amenaza para el sistema, pues se debilitaría el monopolio del poder. Este, por ejemplo, fue el gran peligro (por lo poderoso de su ejemplo) que representaron las autodefensas michoacanas. Estamos ante tiempos nuevos y retos mayúsculos. Ahora sólo falta que nos digan que el gran peligro para México “siempre no” era un candidato, sino la organización de los ciudadanos de este país.
*Artículo publicado el 30 de abril de 2017 en periódico El Imparcial.