El pecado de Mireles (parte 1)
Finales del 2007
Me encontraba en el proceso de presentar mi solicitud al posgrado en políticas públicas, en una universidad estadounidense. Además de todo el papeleo a presentar, había algo clave: debía exponer en un breve ensayo, qué estrategia gubernamental podría funcionar para un determinado problema. Yo tenía veinticuatro años de edad y la administración del entonces presidente Calderón, uno. Sin embargo, no se necesitaba ser un genio para percatarse de lo que podría pasar en los siguientes cinco años. Describí en ese documento cómo el país estaba en una bancarrota educativa, que venía añejándose por casi tres décadas y cómo la cabeza del sindicato más poderoso de América Latina ejercía un poder que ni el Presidente se atrevería a retar; expuse cómo la corrupción estaba carcomiendo a las instituciones del Estado mexicano y cómo éste, en muchos sentidos estaba subyugándose al crimen organizado. Escribí también sobre la terrible impunidad, en todas escalas, que imperaba en el país. Además de plantear el escenario donde uno de cada dos mexicanos vivía en pobreza y cómo eso afectaba al país, finalmente concluí con la amenaza que representaba el tener al ejército en las calles, haciéndola de policía y –anticipé- que eso podría generar un caos a nivel nacional sin precedentes. Afortunadamente, en ese momento de mi vida, yo ya sabía cuáles eran las implicaciones históricas de cualquier documento personal de esta naturaleza y por eso añadí lo siguiente:
“Sé que muchos compatriotas míos han pasado por esta Escuela, y algunos creen traen ideas fantásticas; regresan al gobierno y es más de lo mismo. La forma en la que se distribuye el poder en mi país, tiene un problema nuclear y crítico, por eso hay impunidad, crimen, desigualdad y una clase política inoperante. Yo no voy a elaborar sobre políticas públicas fantasiosas, sino que vengo a que la idea que tengo, sea pulida y potencializada por Ustedes y por lo que se supone que voy a aprender en esta Institución. Los factores reales de poder (narco, oligarcas, políticos, etc.) controlan el juego, pero hay una masa de por lo menos 20 millones de mexicanos funcionales que están completamente fuera de la balanza de poder. En ellos hay conocimiento, dinero y cierto ámbito de influencia. Sin embargo, no intervienen en la dinámica del ejercicio del poder, pues la fantasía del proceso electoral es una vacilada. Las marchas, las protestas públicas o en medios, se les resbalan a quienes tienen el poder. Necesito pulir una idea y convertirla en un mecanismo viable, para dar luz a un elemento lo suficientemente disruptivo, que quite algo de poder a quienes hoy lo tienen y que sean esos mexicanos funcionales, los ciudadanos, la fuente de donde nazca el rescate de la nación.” Me admitieron.
Primavera 2010
Fue requisito final para graduarme, presentar una tesina en la que expusiera básicamente lo aprendido en mi estancia allá. Evidentemente no es suficiente el espacio de esta columna para entrar en detalles, pero para los efectos de la presente reflexión, voy a parafrasear a continuación lo expuesto:
“Ante las condiciones en las que día a día tienen que (sobre)vivir millones de mexicanos, no sólo es ilógico, sino que es absurdo esperar que el cambio venga de parte de quienes crearon y son parte del problema. El cambio que necesita México no vendrá de la clase política o de los intereses especiales, sino de sus ciudadanos. Pero para lograr ello, se necesita un abanico de capacidades; se tienen que tener poder. Es absurdo pensar que quienes hoy lo detentan (y sobre todo cómo lo hacen) lo van a soltar. No hay incentivos. La única manera para ello, es que los ciudadanos -con recursos económicos, humanos e intelectuales- se organicen y desarrollen un músculo ejecutivo de tal magnitud, que, mediante una serie de acciones y resultados claros, pongan en evidencia las terribles fallas del Estado, de quiénes lo controlan. ¿Qué le pasaría al statu quo si se le pone el ejemplo al Estado, de facto supliéndolo, en el tema de seguridad?”
*Artículo publicado el 14 de mayo en el periódico El Imparcial.